miércoles, 7 de septiembre de 2011

Desencuentros

Te acordaste de reír y la sonrisa fue una mueca en la espalda, sin labios, ni compenetración; ni tan siquiera sentiste amor o compasión quizá porque cuando te encontraste en dicha situación, los malos modales no eran ni tan siquiera un contratiempo. Te paraste a contarle que no te burlabas y sin añadidos te sinceraste como un hombre inexperto para acabar cuanto antes, no en vano jamás supiste despachar ni marcar el ritmo en las relaciones. Su voz, su mirada, su movimiento eran algo desconocido, casi dialectal, capaz de ponerte enfermo. El llanto emberrinchado que sólo cesaba si su madre lo cogía en brazos. No paraba un rato tranquilo; alaridos como forzando por entrar en contacto desde el otro mundo. Lo estuvieron oyendo aullar durante largo tiempo, sin mucha ternura. Un ser completamente pálido y llorón, de manos y piernas torcidas y ojos apenas recién formados. El padre sintió una tendencia a dejar escapar las palabras y pasar las noches afuera. Quien sabe con qué ojos miraría la mujer a su hija o si el corazón se le ablandaría al darle de mamar. Noche y día, lloviera o secara, la llantina no cesaba, y ya iban para cuatro años. El marido no lo soportó y una mañana se largó; por lo demás, ella lo recuerda muy vagamente. Y si bien desde entonces el llanto cesó un poco, no se apagaba y se perfilaba con odio cuando alguien le recordaba a su padre. Se trataba de asociar a ese gesto otros actos de rebelión que le llevaban a no salir de su habitación durante días y arriesgarse a cada instante a convertirse en un pecador implacable que supiese valerse y llevarse la victoria a cualquier precio. Sacudíamos la cabeza asintiendo a todo pero sabíamos que algo raro ocurría. No sé porque te cuento esto si somos incapaces de asimilar sin dolor todas las traiciones aún cuando supieras escuchar papá. ¿Qué hacer ante aquel mutismo tuyo y apatía que nos ayudaba a reforzar nuestra propia soledad y hacerla independiente de la tuya porque se quedaba fija en ti y entonces ya nada importaba a tu alrededor? Reaccionabas mal, apenas sin moverse, con una especie de sexto sentido para sembrar la desesperación; decía acercarse a una crisis de locura que nos separaría de nuevo. Nuestro hermano, estoy seguro de que no era malo; aquella era sólo su manera de reaccionar, su manera de desviar nuestra atención con alguna obscenidad cuando perdía el hilo de sus ideas, lo que le hacía comportarse de esa manera (como si se le estuviera rajando el corazón) y no el hecho de que no nos quisiera o fuera perverso o tuviera una enfermedad mental como tu decías cuando te disgustabas y te enfadabas con él. Ante los ojos de mamá sólo quedaba una mancha de torpor que la comía lentamente por dentro; una hostilidad a través de la cual sitiaba el rencor e incomprensión y que terminaba también en pesadillas por las noches. Estaba muy cansada y su corazón se dilataba. Enfermaba y volvía a limpiar lo que había lustrado por la mañana. Reclusión de viuda preñada e impaciencia de virgen encerrada. Gorgoteos sórdidos de alcohol en su garganta. Cosas así le pasaban a mamá, ¿te lo imaginas? Terminaba por irme, decepcionado por el olor de sus sudores, a contar estrellas en el cielo y dejar pasar el tiempo hasta que me cansaba y me obligaba a crear palabras para uso propio que me sirvieran para explicar un poco mejor las cosas; me quedaba la cabeza brumosa y lloraba de irritación por ese silencio que no acaba nunca porque no te encontraba, no estabas y no nos contestabas. Odiaba también a mi hermano porque retomaba mi angustia allí donde la había dejado mi madre en la víspera y aún no habíamos aplacado nuestra sed de pesadillas. Entonces todo quedaba en suspenso y la realidad colgaba de un hilo muy frágil que costaba no romper. Blasfemaba, renegaba de ti, de Dios, y asediaba los lugares de deshago en el campo entre las cabras y los matorrales a escondidas, hasta que llegara el momento. Puesto en mi papel, tenía que ser bueno; ser el hermano bueno y bondadoso que se ocupa de su rebaño y recolecta la miel en los panales mientras su hermano conduce a la revuelta y envilece matando a su hermano. Que me quede para siempre más en la cama lleno de desprecio y vileza si la historia que nos cuentan ahora en la Biblia no es otra tal como yo la he contado y que tú, Dios mío, Padre Mío que estas en los Cielos sea tu nombre santificado, has permitido que siga por los siglos siendo contada y explicada merced a tu mutismo e indiferencia. Con las manos manchadas de sangre tendría yo los honores y Caín ya no tendría jamás la paz

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